México: el Estado autoritario expiatorio
Gabriel Castillo-Herrera.*
Frente a la cámara del entrevistador, el prestigiado escritor mexicano (“¡Nombres, nombres!”, clama la multitud; pero podría ser uno o muchos), echado sobre una silla, desgarbado, con el cabello revuelto —para que se note que detesta la formalidad y se note que es muy “izquierdoso”— y con un cigarrillo apagado entre los labios, lanza su diagnóstico del 68, año en que los demiurgos de la represión del Estado se ensañaron con la sociedad (principalmente un sector: el estudiantado) asentada en donde siglos antes lo hicieron los tenochcas o mexicas, también conocidos como aztecas: “Un Estado autoritario que llegó a su momento de crisis, la que estalló en un sector que no era corporativo”.
¡Ah!, gracias por la aclaración (que, por cierto, ya se ha hecho lugar común en boca de “analistas”); pero tal aclaración no aclara nada.
En la década de los años setentas en que proliferaron los movimientos guerrilleros, el gobierno mexicano desató una atroz persecución de militantes de los mismos, en sus dos vertientes: la rural y la urbana, que hoy le han dado en llamar “Guerra Sucia”. Amable lector, ni se preocupe por preguntar cuáles fueron los motivos que desencadenaron tal guerra: cualquier analista mexicano le contestará que “la crisis del Estado autoritario”. Pero tal aclaración tampoco aclara nada.
En los siguientes años, se instrumentó, desde instancias gubernamentales, una reforma electoral que diera paso a la disidencia política aglutinada en los partidos de izquierda (o en el partido de izquierda: el Partido Comunista). Ya ni le pido a usted, atento lector, que pregunte a los analistas por qué; ya supondrá: “la crisis del Estado autoritario”. ¡Otra vez —como se dice en ciertas regiones de la República Mexicana— la burra al maíz! Con tal aclaración que no aclara nada.
La reiterada aclaración es equiparable a responder a la pregunta de “¿por qué se cayó fulanito?” con la sentencia: “¡Ah!, porque se cayó” (no me refiero a la tautología, sino a la inutilidad de la argumentación para descubrir los motivos de la caída).
[N.B.: habría que hurgar en el pensamiento engelsiano si hablar de “Estado autoritario” no resulta ser una aproximación a lo tautológico en tanto que el Estado es el encargado de ejercer la autoridad. Ver, por ejemplo: Federico Engels, Acerca del Autoritarismo].
¿Para qué quebrarnos la cabeza para buscar la etiología del hecho social o histórico si tenemos a mano la incontrovertible tesis del Estado autoritario que nos han legado nuestros sabios y eruditos analistas políticos?
Y, bueno (¿bueno?), es que desde la caída del Muro de Berlín ya nadie quiere —ni por asomo— parecer marxista (¡Ay, no!, ¡eso es estar muy out, chulis!). El paradigma, hoy, es el Estado Democrático que la pequeña burguesía ha sacado de quién sabe qué chistera de mago (asunto diferente es que pueda existir un Estado que fomente avances en sentido democrático, que no es lo mismo ni es igual). El Estado es un órgano de dominación de clase.
Pero volvamos al párrafo anterior. Con la incontrovertible tesis del Estado autoritario los “izquierdosos” analistas no hacen sino hermanarse a quienes —se supondría— son sus oponentes ideológicos: la derecha que gobierna hoy México, la que achaca todos los males del país —salidos de la caja de una Pandora militante del PRI— a ese “Estado autoritario”. La izquierda se recorre hacia la derecha —lo que es per se un contrasentido-—un poquitín.
En algún lado escribí algo similar a esto: para dilucidar el hecho histórico no basta enunciar lo que le rodea ni las motivaciones inmediatas, de forma; sino hacer la historia general del mismo. Hay que buscar los motivos —en todas las vertientes: internas externas, de coyuntura, históricas, materiales e ideológicas— por los que el Estado mexicano en ciertos momentos se tornó más represor, que no autoritario. Un buen principio sería entender que México no es una isla celestial: está inmerso en, y sujeto a, la política y economía globales. Geopolítica, dicen los que saben de esos menesteres.
De otra forma el vituperado Estado autoritario sólo se convierte en el hacha expiatoria que degüella al chivo del conocimiento del intríngulis de la verdad. Para analizar sin analizar simulando que se analiza y así presumir de analista.
* Escritor. Autor de Bicentenario –obsesivos siglos circulares
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