viernes, 1 de octubre de 2010

2 de octubre. No hay espacio para el olvido.


Pdte. Gustavo Díaz Ordaz,
ordenó la matanza de Tlatelolco
Gabriel Castillo-Herreracolumnista de PORLALIBRE en México DF
“…es tan corto el amor y tan largo el olvido”
Pablo Neruda.
Que me perdonen mis amigos chilenos (Paulina, Carolina y Jorje), pero su poeta nacional no sabía de amores (según el verso del epígrafe, sí sabía de desamores). Lo corrijo: “…es tan largo el amor que no deja espacio al olvido”. Así es. Y lo es tanto en las cuestiones de pareja como en las causas que uno defiende. Cuando es grande el amor, ni siquiera se plantea uno el querer olvidar.
Se cumplen 42 años de aquel infame episodio en la historia de nuestro país con el que el Estado –en el más amplio sentido de la palabra- quiso dar fin a un movimiento social que amenazaba con meterle zapapico y, desde luego, reconstruir las vetustas columnas de la superestructuras política, jurídica e ideológica del modo de producción emanado de la Revolución Mexicana. El 2 de octubre de 1968 en la Plaza de Tlatelolco, fuerzas policiales, el ejército y fuerzas irregulares armadas, llevaron a cabo una masacre en perjuicio de población civil inerme (principalmente estudiantes) con la que se creyó terminar con la inconformidad social.
Y no hay espacio para el olvido, porque la sociedad persistió. En vez de que el Statu Quo hubiera cercenado la cabeza del fantasma que recorría México, las multiplicó. El país en muy otro a partir –o en razón- de esos lamentables hechos. Hoy, el movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador es muestra fehaciente de ello.
No hay espacio para el olvido porque hoy nos encontramos en situaciones similares, más bien peores, a las inmediatas anteriores a ese 1968: un aparato superestructural que quiere criminalizar la disidencia, una injerencia clerical en asuntos civiles y políticos, el ejército en las calles y –como dije- peor, porque la estructura económica se ha transformado diametralmente desde hace poco más de 25 años.
No hay espacio para el olvido porque –a pesar de que por años se pretendió acallar lo sucedido aquel 2 de octubre- la memoria derrotó a la amnesia: se han conocido los hechos. El asunto que ha quedado pendiente –y por el cual no tiene espacio el olvido- es desentrañar los motivos escondidos que, por cierto, nos darían luz para entender el momento actual. Dije, en otro espacio, que hay que “hacer la Historia General del momento histórico…”, refiriéndome al ’68.
Hoy algunos intelectuales siguen insistiendo en que el movimiento de ’68 fue la respuesta a la “crisis de un sistema autoritario”. Hay autores que se expresan en sentido de “una revolución de conciencias”. Otros: “un Estado represivo”. Y algunos más se empeñan en reunir documentos, testimonios, opiniones; crear videos, escribir libros con narraciones vivenciales, etc.
Sí, está bien; pero tales acciones parten de lo subjetivo y aproximaciones a lo objetivo. Pero… ¿y lo concreto? ¿Qué hay más allá de lo que se interpreta y es tangible de ese momento histórico?
Dice Lenin (Cfr. Cuadernos Filosóficos, Acerca de la Dialéctica) que hay que partir de lo más simple. Y el 2 de octubre de 1968, con toda su infamia, iniquidad y dolor, sólo es la punta del iceberg.
No hay espacio para el olvido. En 1968 se comienzan a mover los hilos para la sucesión presidencial. Y el asunto no es tan simple para creer que, como el PRI era el “partido aplanadora”, sólo se trataba de cambiar a una persona por otra. Con la correlación de fuerzas invertida y el Estado reconvertido, las elecciones del 2006 nos pueden demostrar que  en ciertos momentos históricos lo que está en juego son propiamente modos económicos (lo que hoy ha dado en llamarse “modelos económicos”). Igual se mira para las elecciones de 2012: el neoliberalismo (ya en plena decadencia en el mundo -pero no en México, país afincado en el conservadurismo y el retraso- por efectos del mismo desarrollo capitalista) contra lo que AMLO llama: “Proyecto Alternativo de Nación”. Hoy es claro (aunque haya quienes no lo quieran ver); pero en aquel entonces no.
Por aquellos años se enfrentaban –por primera vez- tres modos económicos, distintos en contenido y esencia, pero iguales en forma y apariencia (capitalista, por supuesto).
1.- Capitalismo Privado. (Los señores de la banca, la industria y el comercio emergidos al amparo de la Revolución, como ente parasitario del Estado, vía canonjías y corrupción).
2.- Capitalismo Privado. (La pujante industria norteña, cuya cabeza era el llamado Grupo Monterrey).
3.- Capitalismo monopolista de Estado. (Representado por instancias gubernamentales tales como PEMEX, y otras industrias vitales para el país como son energía eléctrica, industria del hierro y acero, minas y muchísimas más en diversos –y disímbolos- rubros).
Al primero, poco o nada le importaba quien tomara las riendas del nuevo gobierno, su carácter parasitario le aseguraba una situación de beneficio en cualquier caso. En cambio, el segundo se sentía tan fuerte a esas alturas que decidió apostarle a adueñarse del poder político para fomentar su desarrollo; para su beneficio, pues la toma del poder político le auguraba un cambio de rumbo al modo de producción capitalista en sí.
Por otro lado, dentro del PRI y el mismo gobierno, había fuerzas progresistas herederas de los grupos más jacobinos emanados de la Revolución: agraristas, sindicalistas y, obvio, cardenistas (fuerzas que la terca izquierda asida a esquemas pseudo marxistas no reconoció, tal como el terco Marcos no reconoce a AMLO en 2006). Estas fuerzas se opusieron a que la economía cambiara de rumbo en menoscabo de lo que hoy se acostumbra llamar Estado Benefactor. Así es que esas tres corrientes políticas y, ante todo, económicas fueron las que entraron en conflicto ante la sucesión presidencial que se aproximaba.
Y, más allá, los Estados Unidos que estaban viviendo una de las etapas más álgidas en su demencial lucha contra el comunismo (las causas internas nunca pueden estar separadas de las externas), vieron la oportunidad actuar, introduciendo el ariete de la CIA, para derrumbar el Estado “procomunista” mexicano (según el criterio del ala más conservadora en el Congreso de ese país) jugaron un papel determinante. ¿Qué significaba, para ellos, el “Estado procomunista”? Ni más ni menos que el capitalismo monopolista de Estado que hacía que industrias tan importantes como el petróleo, estuviera en manos del Estado y no de empresarios privados. Además, Estados Unidos nunca perdonó a México el no haber cedido a presiones para romper relaciones con la Cuba revolucionaria y formar parte del bloqueo continental contra la isla.
Así que el movimiento inicialmente estudiantil del ’68, si se quiere, influido por la idea de un mundo que a los ojos de la clase media ilustrada era mejor –el socialista-, resultó el mejor caldo de cultivo para disputa por la presidencia de la República que, en última instancia, representaba la transformación del real modo de producción capitalista en México.
Las fuerzas políticas de signo contrario dentro del PRI, fuerzas económicas en contradicción antagónica, y la injerencia de los poderes imperialistas más retardatarios propiciaron y manipularon el movimiento del ’68 que se solucionó, estúpidamente, con una masacre y con una nueva cuota de presos políticos.
El Capitalismo monopolista de Estado fue preservado y, como consecuencia de ello, los señores del dinero tomaron sus maletas y se marcharon al PAN, a la par que se enfrentaban abiertamente a los gobiernos de Echeverría y López Portillo. Los “progres”, mucho más tarde, se fueron al PRD. Y, en lo inmediato, se generó un movimiento guerrillero ante el desencanto de los jóvenes -utilizados como “carne de cañón”- por abrir la sociedad a la disidencia por medios pacíficos. Por eso es que no hay espacio para el olvido. No lo hay porque en el 2012 se corre peligro de una situación similar, sólo que, como arriba dije, hoy las fuerzas se encuentran invertidas: los señores del dinero que entonces fueron derrotados hoy son gobierno.
No puedo abusar del espacio que amablemente me brindan mis editores. Así, que el trato, en forma más desarrollada, de la tesis –misma que es apenas una contribución- puede verse en los capítulos XIX, XX y XXI de mi libro “Bicentenario: Obsesivos Siglos Circulares”, mismos que se pueden consultar (en una primera versión, artículos titulados “Para Comprender el México de Hoy”) en: http://gabrielcastillo-herrera2.blogspot.com/

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